Hace unos meses, en una comida familiar, mi tío me preguntó en qué andaba.

Yo, entusiasmado y sorprendido, le conté que estaba en el mundo de los productos digitales, que había un boom impresionante y que, como copywriter, me llegaban clientes de todo tipo,

cualquier nicho te imagines cocina sin gluten, psicología del deporte, adiestrador canino, bien variadito jaja

—¿Cómo llegaste ahi? —me preguntó.

—Bueno tío… cuando empece como afiliado me acuerdo trabajaba un montón para que otro se lleve la parte más importante de la torta.

Campañas de ads, ponés el tiempo, respondés a clientes… y al final solo te quedás con la comisión.

Pero lo mas importante siempre se lo quedaba el info productor

—Claro, como si vendieras un auto y solo te pagaran por llevarlo al comprador —me dijo riéndose.

Y ahí le conté lo peor: no tenés control sobre el producto. Si el productor decide cambiarlo, subir el precio o dejar de venderlo, tu negocio se derrumba.

Y encima, competís con muchos promocionando lo mismo, con los mismos textos y las mismas imágenes.

Por suerte pase rapido a vender un producto propio, con mi marca, quedarme con el 100% de cada venta, controlar el precio, la estrategia… y, lo más importante, que cada cliente me compre a mí, no a otro.

Mi tío (que siempre tuvo negocios) lo entendió enseguida:

—Es como pasar de alquilar un local a ser dueño del edificio.

Totalmente así fue. Lo que antes era un ingreso inestable, hoy es un negocio que puedo escalar, replicar y mejorar. Y lo mejor… sin haber empezado de cero: con un producto validado, listo para vender, y una guía clara para hacerlo funcionar.